martes, 11 de marzo de 2008

TRIBUS DEL VACIO

A partir de la exposición de dos hechos de los que fui espectador, quisiera tratar de encontrar alguna línea de reflexión que me permita plantear una hipótesis, con respecto al panorama tan oscuro de nuestro quehacer teatral.
Este análisis tiene como objeto aquel sector de nuestro medio que pretende ser representante de algún tipo de vanguardia (si es posible aplicar este concepto hoy en día), en otras palabras, el sector que supuestamente posee una autoproclamada visión crítica sobre el pasado, el presente y el futuro de las formas de cómo hacer teatro en la ciudad de Buenos Aires.
Estas “tribus” –así se autodenominan – ganan espacio conformándose dentro del contexto urbano, en lo que yo denominaría BOLICHES TEATRALES, con chapa de cultura alternativa. Son asociaciones entre productores teatrales y gestores de opinión, que convergen legitimando las leyes que deben regir la actividad escénica; no leyes artísticas, sino leyes del mercado del entretenimiento, que tiene como consumidor número uno al representante de una clase mediocre, desvastada cultural y económicamente. Grupo que hace esfuerzos sobrehumanos para no dejar de pertenecer al statu quo vernáculo, antes de pegar un grito libertario ante la puerta del psicoanalista, y reconocer el dolor de ser medio pelo.
Retomando mi periplo de expectador; fui invitado a la representación de dos obras teatrales, aisladas una de la otra en tiempo y espacio. La primera se llevó a cabo en el mes de diciembre del 2007 en la zona de Palermo, la segunda en el mes de marzo del 2008 en el barrio del Abasto.
Podríamos decir que son dos mundos con muchos puntos de contacto, pero también con diferencias económicas. Dos colectivos teatrales que para mi sorpresa retroactiva habían creado dos obras aparentemente distintas, pero eran un calco una de la otra, con los mismos vicios estilísticos y las mismas distorsiones formales.
La única premisa compartida como estímulo para la creación era la denominada “subjetividad”, la misma que ha sido legitimada en el ámbito institucional, privado e independiente durante décadas y que ha constituido para muchos el único mérito para pretender encarar la carrera de actor, director y llegar a convertirse en artista.
Esta cualidad que acentúa aún más el vaciamiento intelectual e ideológico de los últimos años, conforma el prototipo del actor, director, dramaturgo del nuevo siglo.
La resultante: estética de la hipertrofia muscular, personajes que chillan con miradas hacia un horizonte vacío, intensidades patológicas e imágenes frisadas sin conjetura alguna de valor conceptual. Los grupos entronizan la libertad creadora, la eliminación del texto dramático previamente escrito por un autor que proporcione ideas. Dan forma a su creación a partir de disparadores temáticos extraídos de la literatura, una fotografía, una canción, un poema, en fin, un poco de cada cosa, como en el supermercado.
Por los resultados obtenidos a escala conceptual, la profundización crítica de los disparadores temáticos es nula. Esta técnica dramatúrgica muy de moda en los últimos años, que garantiza título de autor en tiempo récord, busca la construcción de una poética no aristotélica.
Decididamente, este procedimiento en las dos obras antes aludidas, concluyó en caos y sinsentido, haciéndose imposible para el espectador comprender lo que se intentaba plantear.
¿Qué ideas entran en confrontación? Quizás hemos llegado al punto en que haya que plantearse que toda confrontación entre representación y realidad ya no es posible.
Robert Musil escribe: “La ideología es el alma de la vida, también de la cotidiana. Todavía hoy es así. Pese a lo cual todo el mundo se divierte burlándose de ella”.