domingo, 6 de enero de 2008

Strindberg, en Palermo.


El jueves 4 de octubre del 2007 a las 21:30 hs se estrenó en el Teatro EL PICCOLINO, la obra "Acreedores" de August Strindberg.
La puesta en escena a cargo de Isaúl Ferreira , conto con las actuaciones de Jessica Becker, Matías Panelo, Patricio Bettini y Rocío Fernández Collazo.
El espectáculo conto con el auspicio cutural de la Embajada de Suecia en Argentina . PROTEATRO y FONDO NACIONAL DE LAS ARTES

martes, 1 de enero de 2008

Strindberg grita su infierno en Buenos Aires.Sobre una puesta de ACREEDORES de August Strindberg

Foto: Jessica Becker, Patricio Bettini
Strindberg grita su infierno en Buenos Aires. Sobre una puesta de Acreedores
Por Fabián Ludueña Romandini
Acreedores de August Strindberg
Dirección y puesta en escena: Isaúl Ferreira Olivera
Teatro El Piccolino, Buenos Aires, Argentina, 2007.
Acreedores de August Strindberg se estrena en Buenos Aires en el momento mismo en el que teatro occidental asiste desde hace años a su inevitabile crepúsculo desde que todas las potencias epocales que habían determinado, de modo diverso, la vida de los hombres, desde la religión hasta la poesía, desde la música hasta la literatura han perdido ya toda su eficacia. En este sentido, hoy todo teatro es una forma de arqueología de la especie humana y una forma de entender su inevitable erosión y agonía final. Evidentemente, como en toda arqueología, los tiempos que se despiertan en la búsqueda llevada adelante en esta obra por su director son los que todavía nos habitan como espectros que deambulan en nuestro presente para buscar venganza por el mundo desaparecido. De este modo, todo director de teatro es hoy el oficiante de un culto fantasmático que trata con la sustancia del mundo que hemos aniquilado. No obstante, no hay que engañarse: los grandes dramaturgos – desde Sófocles a Brecht, desde Shakespeare a Strindberg – nunca han escrito sobre su tiempo. Han sido, todos ellos, de algún modo, profetas que escribieron no sobre el futuro, sino sobre las postrimerías, sobre el declive de la especie, sobre como la humanidad habría de devenir, dramática e inexorablemente, post-humana. De allí que el mundo del que hablaba Strindberg no haya podido ser bien compredido en su época y esto por la única razón de que no hablabla de su tiempo cual simple cronista sino de lo por-venir, como profeta de nuestro más brutal presente que no es sino el cumplimiento de los tiempos. Hoy sus textos se vuelven luminosos y a la vez insoportables. Ningún ser de nuestra triste época puede aceptar que los espectros osen presentarse todavía hoy como acreedores del pasado que reclaman alivio para su tormentoso deambular. Las paradojas de la profecía strindberiana hacen que seamos nosotros deudores de su acto profético, esto es, de su escandalosa predicción sobre la muerte de todo sentimiento de posible piedad entre los hombres, del aniquilamiento de todas las barreras que, aún ficticiamente, mantenían todavía unidos a los hombres. En la pieza magistralmente puesta en escena por Isaúl Ferriera, podemos constatar como, una a una, todas las fuerzas históricas de la humanidad son disecadas, roídas desde el interior y finalmente exhibidas como meros artefactos sin sentido : el arte, la literatura, la teología, la medicina, son meros juguetes contra las fuerzas naturales y cosmológicas que se despliegan sobre los personajes y los doblegan hasta hacerlos admitir que nada, sino los más brutales instintos de la especie gobieran los destinos del hombre. El Dios del Trauerspiel barroco, el secreto linaje del que desciende el teatro de Strindberg, muere también en el sacrificio final de Adolfo, acaso el emblema del último hombre. Los demas personajes, los que sobreviven, no somos sino nosotros mismos, encarnados en Gustavo, un gris profesor desterrado de toda patria, un paria cuyo único propósito es vengar su exilio del mundo de los dioses y en Tekla, acaso el símbolo perfecto de la extinción de la mujer, ahora transformada en mercancía espectacular.
Isaúl Ferreira, al poner en escena esta pieza de Strindberg, demuestra que es un verdadero mistagogo, un cazador al acecho de las infinitas sustancias temporales que habitan el texto. En efecto, el error recurrente de los decadentes montajes de los que es objeto Acreedores desde hace varias décadas radica justamente en la ingenua creencia de que es necesario « reconstruir » el mundo de Strindberg para lograr una puesta eficaz. Sin embargo, nadie se da cuenta del hecho fundamental de que el mundo de Strindberg es, justamente, el tiempo miserable que vivimos hoy cuando, al despertar cada día, comprobamos que la profecía era cierta, cuando ya nada de humano podemos reconocer en nosotros mismos y en los que nos rodean. El camino seguido por el director no es entonces ni psicológico ni histórico. Al contrario, se toma en serio la lectura profética de los tiempos y nos ofrece un Strindberg resituado en los caminos que van desde el Trauerspiel hasta el cine negro y desde el romanticismo hasta Rainer Werner Fassbinder, el unico heredero, junto con Ingmar Bergman, de un estilo genuinamente strindberiano. Como es sabido, el texto original carece practicamente de acotaciones escénicas, por lo tanto, el trabajo de Isaúl Ferreira, donde muestra toda la sofisticación de su arte, es en la invocación de una gestualidad posible para un mundo post-humano que ha perdido ya memoria de todos sus gestos de antaño. No hay en esta pieza nada de las escuelas del espectáculo, de los perpetradores de la falsificación masiva de la existencia cotidiana a la que nos tiene acostumbrados el cine y la televisión, pero tampoco ni rastros de falsos conservatorios, de los guardianes de la ortodoxia teatral, o de los vestustos representates del llamado teatro clásico. No hay nada clásico en Strindberg, nos dice Ferreira, puesto que nosotros somos sus personajes y el escritor sueco es nuestro acreedor. La obra, la obra es hoy, está en nuestras relaciones personales, en nuestras maneras empobrecidas de vivir en las sombras, en la carroña del trabajo permanente y sin descanso, en el consumo perpetuo y en la destrucción del lenguaje. De nada menos habla Strindberg para quien sepa escucharlo. Los directores teatrales argentinos y los pseudo-dramaturgos, sobre todos los pertenecientes a la última generación, no son más que agentes de la mistificacion universal del espectáculo y por ello han conducido a la escena nacional a la ruina transformándola en un cadaver viviente. En este punto, entre los escombros, llega Isaúl Ferreira, el mistagogo, para tratar de conjurar los espectros strindberianos que nos acosan día a diía y su puesta en escena es quiza un último gesto de redención posible con el cual podemos asistir a la última representación de la tragedia humana para dejar morir, finalmente, al mundo que grita su ocaso y desea parir el tiempo por venir.